sábado, 21 de diciembre de 2013

Navidades Perfectas

Os dejo aquí un relato largo que escribí hace un tiempo. Está enmarcado dentro de una serie de relatos de contenido homoerótico y trasfondo Ci-Fi que escribí a raíz de una novela corta y que, espero, pronto verán la luz.

Y bueno, como se suele decir por estas fechas:



Navidades Perfectas



De nuevo la molesta pesadilla. La oscuridad, los gusanos, el frío...
 Zero se despertó y se incorporó sobresaltado, con una pátina de sudor frío cubriendo su frente y su torso, la respiración entrecortada y una molesta sensación de malestar. Siempre era igual y lo sabía, parecía mentira que a estas alturas todavía se olvidara de tomarse la medicación.
Le costó unos segundos ubicarse. Pequeñas ventanas como ojos de buey, la enorme cama con dosel y una recargada decoración que hacía que el barroco pareciera un movimiento arquitectónico promovido por minimalistas. Dibujó una media sonrisa al reconocer el vano esfuerzo del diseñador por recrear hasta en los más ridículos detalles, lo que alguien debía considerar que era un camarote de lujo de un vapor del XIX. Claro que esos vapores nunca se pensaron para viajar entre planetas.
Una presencia se removió a su lado y le pasó el brazo por encima. Zero la apartó sin contemplaciones y se deshizo de la presa somnolienta de la mujer para salir de la cama. Para conseguirlo, primero tuvo que pasar por encima del cuerpo desnudo de su otro amante que apenas se movió al notar su presión. Sin molestarse en localizar la ropa, Zero se escurrió en el cuarto de baño y cerró la puerta con llave.
Le dolía la cabeza. Un poco de resaca para empezar el día, o la noche, porque no tenía ni idea de la hora que era y, en el espacio, no había más referencia que la quería brindarle el capitán al variar los filtros luminosos de las claraboyas. Por suerte, la resaca y el resto de los efectos de lo que había ingerido no solían durar más de media hora. Su cuerpo tenía una capacidad increíble para metabolizar el alcohol y otras substancias.
—Inteligencia —pidió en voz alta, no recordaba el nombre de la IA de la nave. ¿Se lo habían dicho? Seguro que sí. En condiciones normales tenía una magnífica memoria eidética, fruto del diseño genético que le había originado, pero cuando tomaba lágrima-púrpura, todo era demasiado difícil de interpretar y mucho menos de recordar. En parte, por eso mismo lo tomaba; para olvidarse de quién era—. Hora y situación.
Por favor, especifique planeta y huso horario.
—¿Cuánto falta para el desayuno? —preguntó, desechando su pregunta anterior, mientras localizaba las pastillas para dormir que tomaba desde que era niño. «Cualquier otro lo habría superado», se reprendió mientras se peleaba con el recipiente.
Dentro de tres horas y media se habilitará el comedor principal para el servicio de desayunos. Este servicio, estará abierto durante cuatro horas —informó la máquina, con su monocorde tono metálico.
—Unas siete horas —pensó en voz alta. Eso era tiempo más que de sobras para dormir bien. Se tragó la pastilla acompañándola de un buen trago de agua.
Ahora a dormir. Mucho, profundo y sin sueños. Sobre todo sin sueños.
Al regresar al dormitorio, observó los cuerpos desnudos que yacían en su cama. La mujer era original, o eso le pareció; piel rosada, cabello oscuro y unas curvas que invitaban a ser recorridas. El joven debía ser poco mayor que él, y ocupaba gran parte de la cama dejando entrever toda su anatomía. El sitio que había entre ambos le llamaba poderosamente, gritaba su nombre en susurros capciosos prometiéndole un sinfín de excitantes sensaciones. Zero agitó la cabeza y apretó las mandíbulas, haciendo acopio de voluntad para mantener su sangre lejos de dónde era reclamada. La medicación haría efecto en pocos minutos y sería fulminante, no tenía ganas de compañía.
«¿Cómo demonios se llamaban?». Despertó con malos modos al grandullón. El cuerpo escultural, el brazalete... «Un amante profesional, sin duda». Pero él no era consciente de haberlo alquilado así que debía ser cosa de la chica.
—Despierta —dijo con tono seco, dándole un empujón con el pie—. Arriba —dijo a la chica, tirándole el vestido a la cabeza.
—¿Qué sucede? —dijo el joven desperezándose—. ¿Ya es de día?
—No, pero quiero dormir solo —dijo Zero—. Idos a vuestra habitación.
—No seas antipático, Adam —gruñó la chica cubriéndose la cabeza con uno de los numerosos cojines—. Estoy cansada. Déjame dormir.
—Te dejo dormir pero en tu habitación. Quiero estar solo.
—¿Por qué quieres estar solo? —susurró el leónida con voz tentadora. La luz mortecina de la habitación arrancaba reflejos argénteos de sus ojos felinos. Zero no contestó, no quería dar una respuesta educada y la verdad era demasiado complicada y, desde luego, no lo que buscaba el que le hacía la pregunta—. Déjala que duerma —le sugirió en voz baja, deslizando una mano entre sus piernas—, yo me ocuparé de mantenerte entretenido. Elaine es muy divertida, pero... es un poco egoísta. No se le da muy bien compartir.
La  proposición era sugerente, muy sugerente, eso tenía que reconocerlo. Tal y como había dicho el amante, el juego había sido divertido pero había tenido la sensación de estar todo el rato jugando para satisfacerla a ella.
—Mañana tal vez —dijo, intentando no ser demasiado desagradable—. Ahora estoy cansado y prefiero dormir solo. Me muevo mucho.
—Como quieras —dijo el joven encogiéndose de hombros.
«¿Cómo se llamaba?».
—No quiero ofenderte pero... ¿nos presentaron?
—No lo recuerdo —se rio el leónida—. Sé tu nombre porque todo el mundo sabe quién eres y porque, para serte sincero, he querido que pasara esto desde que te vi en la cubierta principal. Pero no me imaginaba que tendría el valor para acercarme.
—Pensaba que te dedicabas a esto —se extrañó Zero.
—Porque soy leónida, ¿no? —dijo el joven con una mueca mientras localizaba su camisa—. No, me llamo Iván, Iván Rothfuss. Soy mestizo. Mi madre es dueña de una empresa de perfumes.
—Supongo que te debo una disculpa —murmuró bajando la cabeza.
—No, ¿por qué? Me halaga que creyeras que era uno —dijo Iván con una risa ligera—. ¿Sabes? Tú también podrías pasar por uno.
Zero sintió como su cabeza se embotaba y la modorra se hacía con él. Eso se estaba demorando. ¿Cómo podía ser tan difícil recuperar su habitación?
—Oye, Iván, de verdad, me ha encantado follar contigo pero ahora estoy cansado —dijo con sequedad—. Si quieres, lo repetimos más tarde pero ahora, quiero estar solo. ¿Podrías irte y llevártela?
—Vaya, el rey de la simpatía —murmuró—. Eres más divertido cuando estás puesto. Elaine, Elaine —insistió moviendo a la mujer que emitió un débil gemido y apenas se movió—. Tenemos que irnos.
—Sácala de aquí —pidió Zero, echándose en la cama. La pastilla estaba empezando a hacer efecto y mantenerse despierto empezaba a ser demasiado cansado.
—Sí, me la llevaré, te cojo una de las sábanas, ¿vale? Supongo que mañana vendrá alguien a buscar su ropa —dijo Iván envolviendo a su amiga en uno de los lienzos y alzándola en brazos—. Mañana hay una fiesta temática: Navidad. ¿Te veré allí?
—Sí, claro —murmuró Zero mientras Morfeo lo acogía en sus brazos. Ni siquiera oyó cómo la puerta se cerraba.
Dormir, mucho, profundo y sin sueños. Eso era lo que necesitaba.
*
 Zero se despertó sobresaltado al sentir que se abría la puerta de su habitación.
—D-disculpe —dijo un joven fotosintético de piel esmeralda que vestía el uniforme del servicio. Parecía azorado y su rostro adquiría coloraciones que oscilaban del glauco al pardo en función de si la sangre llegaba o no a sus mejillas—. No ha puesto el cartel en la puerta y... he llamado. De verdad, he llamado y como no contestaba nadie creí que... Si quiere, vuelvo más tarde.
Zero asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano para que entrara sin preocuparse.
—No pasa nada —dijo levantándose, completamente desnudo. El rostro del chico dibujo un nuevo abanico de colores al sonrojarse, mientras hacía todo lo posible por mirar hacia otro lado sin resultar descortés. Zero sonrió recordando que no hacía mucho tiempo él también solía comportarse así, pero no le dio más importancia—. Me daré un baño largo —informó—, puedes ocuparte de la habitación mientras tanto.
—¿Es necesario que cambie sábanas y...?
Zero miró la habitación, parecía que había habido una batalla campal en ella y las sábanas de raso con puntas doradas estaban haciendo rebullos por el suelo, mezcladas con la ropa de más de un propietario. Sobre la cama solo quedaban los cojines y la colcha de terciopelo bermellón. En algún momento de la noche, alguien había tirado la lamparilla de cristales de colores que había sobre la mesita.
—Cámbialas todas —ordenó—. Y las toallas. Si ves ropa de mujer déjala sobre una silla, supongo que volverá más tarde a buscarla. La de caballero, puedes llevártela a lavandería, también. Espera —dijo, antes de cerrar la puerta. Cabía la posibilidad de que Iván también se hubiera dejado algo—. Mejor deja toda la ropa.
A solas, en el cuarto de baño, abrió los grifos de la bañera y se sentó en el suelo embaldosado, a esperar que se llenara. Fue una mala idea. El diseño de aquel lugar correspondía a cierta tendencia en las clases altas de usar el baño como una habitación más de la casa y era casi tan grande como el dormitorio. La bañera era gigantesca. Estaba tallada en mármol, o algo que se le parecía, y tenía decoraciones doradas y arcaicos grifos que harían las delicias de un anticuario. En ella, cabrían sin problemas cinco personas. El cuarto estaba dividido por un tabique transparente que separaba el baño del cuarto de ducha, y la pared del fondo, la que en ese momento estaba enfrente de él,  estaba completamente cubierta de espejos de arriba abajo y su imagen se reflejaba en él; nítida y perfecta.
Zero se contempló. No solía hacerlo, no le gustaba ver su reflejo. Pero en esa ocasión no desvió la mirada y se enfrentó a aquello que los demás veían en él; el traje ideal. Había sido diseñado mediante una ligera variación del cánon griego para ajustarlo a las corrientes estéticas más actuales. Aun así, los músculos de su cuerpo se perfilaban con precisión anatómica como si hubieran sido esculpidos por un avezado artista del renacimiento. Rasgos suaves, mandíbula fuerte y pómulos marcados, y unos ojos de un color azul eléctrico que, sin duda, la naturaleza no podía crear. El cabello blanco y largo le llegaba casi a la cintura y captaba la atención de todo el mundo. Eso tenía una fácil solución, una visita a la peluquería y su problema estaría resuelto. Pero todavía no lo había hecho porque de alguna forma, eso le indicaba que era él quien que estaba dentro de su cuerpo.
Cualquiera en su situación pensaría que pensar así era cuanto menos extraño, pero Zero debía su nombre al experimento que le había ocasionado. Zero como nada, como el control negativo que era. Un organismo de diseño creado para ser el cuerpo perfecto garantizado por más de ciento cincuenta años. Un cuerpo creado para ser un recipiente, un traje.
Por diversos motivos el trasplante no se había realizado y él había acabado siendo Adam Alcide, el heredero de un imperio financiero que no quería pero que no quería que otros tuvieran. Ver el reflejo de su cuerpo perfecto, sin ninguna marca, ninguna cicatriz, nada... Era como ver el cuerpo de un muñeco. Bien dotado, eso sí. ¿Eso era lo que todos veían en él? ¿Un cuerpo perfecto con mucho dinero?  
«Podrías ser otra cosa», dijo una vocecita en su interior. «Podrías ser lo que tú quisieras».
—Sí, claro —se replicó en voz alta metiéndose en la bañera—. Como si pudiera escoger.
*
Hacía rato que la hora del desayuno había pasado, Zero era consciente de ello pero se sentó en una mesa. El restaurante estaba vacío. Gran parte de las mesas tenían las sillas giradas y la mayoría de los camareros estaban ocupados recogiendo los restos del desayuno y preparando el comedor para el servicio de almuerzos que comenzaría en breve.
—Señor Alcide —dijo un camarero con aire compungido. Casi todo el servicio de la nave estaba formado por fotosintéticos de color esmeralda, los únicos que no parecían ajustarse a ese requisito eran los oficiales y el servicio de seguridad, estos últimos,  leónidas en su mayoría—, la cocina está cerrada. Los almuerzos no comenzarán a servirse hasta...
—Quería desayunar —le interrumpió.
—Ya no servimos desayunos.
—Entonces, ¿no puedo pedir nada? —preguntó con aire inocente.
—Supongo que tratándose de usted, podríamos hacer una excepción. ¿Qué puedo traerle?
—Café, zumo de iowuts y uno de esos panes con frutos secos.
—Como si fuera un desayuno, ¿no? —dijo el camarero tomando nota.
—Se parece, sí —corroboró Zero con una sonrisa.
—Oh, un desayuno de media mañana —dijo una mujer de mediana edad sentándose en la misma mesa—. Me apunto. Que sea para dos —indicó al camarero.
—Tía Grace... —saludó Zero con desgana sin dirigirle la mirada. Se había acostumbrado a que la gente de su círculo de París se presentara sin avisar cuando menos se lo esperaba, aun así, la visita de Grace Valicourt era algo preocupante—. No esperaba encontrarte en un crucero de placer hacia Óptima-prima. Y menos, cuando llevo dos semanas de crucero y no habías dado señales de vida hasta ahora, así que deduzco que me estás buscando por algún motivo, ¿no?
—Ay, cielo, tan encantador y paranoico como siempre —sonrió Grace Valicourt dándole un sonoro beso en la mejilla—. No me habías visto antes porque subí en la estación bolla de ayer, mientras repostaban. Estoy aquí por negocios. El capitán de la nave tiene contratados a cinco de mis chicos y se han detectado algunas irregularidades.
—¿Servicios no facturados?
—Entre otras cosas —dijo, arrugando la nariz en un mohín huraño que no duró más de unos segundos—. Creo que puede ser una cosa más seria pero no quiero apresurarme. Y entonces Gabriel —añadió, recuperando la sonrisa— me ha dicho que tú estabas en el mismo crucero y no he podido evitar la tentación de hablar con mi sobrino favorito.
—No soy tu sobrino —recordó Zero, agradeciendo con la cabeza el plato que el camarero depositaba delante de él.
—No, pero tenemos más cosas en común que muchas familias, ¿no crees?
Las Valicourt nacían por partenogénesis y era casi imposible distinguirlas unas de otras. Mantenían un imperio económico basado en el diseño genético y en las agencias de amantes profesionales. Las Valicourt eran conocidas en todo el sistema por su gran causa filantrópica, acogiendo a cientos de pequeños leónidas que escapaban de su planeta. Casualidades de la vida, estos mismos leónidas acaban trabajando en sus agencias de placer.
Diseño genético y amantes profesionales, cómo ambas cosas podían estar relacionadas era algo que las Valicourt se guardaban en secreto, mientras vendían los diseños para nuevos animales, plantas resistentes a la baja luminosidad, vida para lunas en terraformación... Hasta él mismo había sido en parte diseñado por ellas. En parte porque la mayoría, incluyendo los genes que codificaban su inmortalidad, había sido el trabajo de un único hombre, el Doctor Milo, que había desaparecido misteriosamente junto con todas las pruebas de su proyecto. Excepto Adam Alcide, el clon perfecto e inmortal, único en su especie.
Por mucho que odiara la compañía de las arpías que sobrevolaban su compañía, entre las que contaba a la dama que tenía sentada en frente, tenía una deuda tremenda con las Valicourt y ellas lo sabían. Cuando tras la muerte de su predecesor su naturaleza como clon de diseño se hizo pública, intentaron quitárselo todo, incluso el derecho a ser considerado una persona. La presión de las Valicourt y la máquina legislativa que pusieron a su disposición consiguieron que un tribunal lo declarara humano y, por lo tanto, descendiente, como ningún hijo podía haber sido, de Néstor Alcide, ratificando así la herencia que le habían legado.
Su propia vida era una deuda que tenía con ellas y lo sabían.
—Estás tan guapo como siempre —suspiró Grace—. Todavía me pregunto cómo lo hizo Milo para que los años no te afectaran.
—Tengo veintidós años —recordó Zero, frunciendo el ceño—. Vuelve a hacer ese comentario cuando tenga ochenta y tu observación, sentido.
—Cuánta amargura... ¿dónde ha quedado ese muchacho adorable y encantadoramente ingenuo? —Zero no contestó. Grace sonrió—. Supongo que era de esperar que crecieras. ¿Qué te ha sucedido, Adam? ¿Una chica?
—No —negó Zero. Empezaba a creer que lo del desayuno no había sido tan buena idea—, aunque una tuvo algo que ver. De todas formas, no volverá a pasar.
—Entonces sí hay una chica.
—Hubo una chica, en pasado —remarcó—, y supongo que tu extrañeza se debe a mi historial de cliente. Pensaba que era confidencial.
—Y no se lo he dicho a nadie —aseguró Grace con una amplia sonrisa—. Tengo curiosidad por saber qué pasó con esa chica.
—Nada —murmuró Zero.
—¿Mal de amores? ¿Te rompió el corazón? ¿Se rio de ti?
—Hay... un poco de eso —se vio obligado a admitir—. Pero yo no hablaría de más amor herido que el propio.
—Las primeras veces suelen ser duras —dijo la mujer. Zero no quería hablar de ese tema. Lo había pasado mal pero había quedado atrás. Le sirvió para darse cuenta de cómo era la gente que le rodeaba. Le sirvió para no decir a nadie más que se llamaba Zero y no Adam. Le sirvió para guardar su historia solo para sí. Nadie quería saberla, aunque preguntaran por ella. Y si se referían a su cuerpo perfecto, solo estaban preguntando si la tenía grande, nada más.
—No era la primera vez —murmuró Zero, casi para sí. La primera vez había sido perfecta comparada con aquella. «Y comparada con todas las otras, ¿no es cierto?». Después, las cosas no habían acabado muy bien. Había sido un estúpido. Ahora, con el tiempo y la distancia, era consciente de ello. Y de que era demasiado tarde.
—Todo el mundo habla de la decepción que supone la primera vez —dijo Grace con tono maternal—, pero es mucho peor si esta es buena. El listón será demasiado alto para cualquiera que venga detrás.
—¿Has venido a darme una charla familiar? ¿Consejos gratis? —bromeó Zero, estaba molesto. No le gustaba que sus intimidades salieran a la luz pero era un mal mentiroso y esa mujer era retorcida y sabía sonsacarle con palabras amables. Porque ese era su principal problema: seguía siendo demasiado confiado con las palabras amables. Quizá por eso se había vuelto tan arisco, una actitud fría no solía corresponderse con amabilidad, mantenía las distancias y se protegía. Era más fácil para todos.
—Te he dicho que he venido por trabajo —recordó Grace—, hablar contigo es placer, no negocios. Esta noche celebran Navidad, ¿lo sabías? —Zero asintió mientras bebía algo de zumo. Recordaba que Iván le había hablado de ello—. Hay cenas, bailes y todas esas cosas típicas tan exóticas.
—No sé qué es Navidad —reconoció Zero encogiéndose de hombros—. Supongo que una de esas cosas que hacen los organizadores del crucero para darnos un motivo para emborracharnos.
Grace se rio y asintió.
—Sí, es una de esas cosas. Antes, en la Tierra, se celebraba. Y algunos tipos importantes que se jactan de tener un linaje puro y que...
—Qué casualidad, como yo —se burló Zero con acritud.
—Sí, como tú. O como tu padre —asintió con una sonrisa—. Néstor celebró la Navidad unas cuantas veces, aunque después dejó de hacerlo. Antes, todo el mundo sabía cuándo era Navidad, ahora, sale en las noticias de las tres junto con la predicción del tiempo. Pero bueno, siempre es divertido hacer fiestas y recibir regalos aunque no se sepa qué se celebra. ¿No crees?
—Por supuesto, como si necesitara una excusa para emborracharme —bromeó Zero.
—Ya, eso he oído —dijo Grace, y Zero se sintió observado. Alzó la mirada desafiante y la mujer no tardó en apartar la vista con aire cansado—. Pero eres joven, guapo y rico, Gabriel tendría que haberlo previsto. No sé de qué se sorprende. Tu tío ha insistido en que te haga volver, pero yo me limitaré a darte su recado. ¿Sabes? No te lo he contado nunca, pero sabía quién eras antes de que saliera todo a la luz. Tu padre contrató a una de mis chicas para que te instruyera, ¿la recuerdas?
Zero asintió.
—Era un niño, ella se negó —dijo, encogiéndose de hombros. Toda esa información se había hecho pública junto con el informe médico que él había hecho llegar a su profesora.
—Me preguntó por ti —dijo Grace—, me preguntó por el niño que tocaba el violín. Dijo que le habría gustado que la hubieran llamado más adelante, cuando estuvieras preparado. ¿Te gustaría verla? Sigue en París, podría conseguirte una cita cuando volvieras. Sería como un regalo de bienvenida.
—No quiero volver, tía Grace —dijo con tono cansado, no era la primera vez que mantenía esa conversación, aunque no fuera con ella—. No hay nada para mí en París.
—Está bien, insistiré en ello en la cena de esta noche —dijo, levantándose para irse.
—¿Cena? Esta noche tengo planes.
—Guárdalos para después de cenar, querido sobrino; la Navidad se celebra en familia.
*
Matar el tiempo era una práctica de caza que se le daba bien. Lo hacía a diario y días enteros se colgaban en su pared de trofeos junto con las horas y los minutos. Ejercicios, fiestas, alguna conferencia, macro-proyecciones, conciertos... Sus pasos, sin rumbo, le llevaron a la cubierta de observación o como llamaban a la parte superior y abovedada de la nave que permitía observar, valga la redundancia, el espacio exterior. Era poco práctico y muy caro, pero a los turistas les encantaba. Imitaba una de esas cubiertas de barco, con el suelo de madera y una barandilla que invitaba a asomarse. Incluso alguien había colocado arcaicos e inútiles salvavidas con el nombre de la nave.
Zero no prestó mucha atención a la gente que paseaba por allí, apenas les dedicó una mirada antes de perderse en el interior del jardín hidropónico que crecía como una exuberante selva en el interior de la semiesfera acristalada. Desde que había empezado el crucero, Zero se había perdido un par de veces por allí dentro. Le gustaba hacerlo. Era estar solo, solo de verdad, solo sin nadie alrededor. De alguna forma, era la forma natural de soledad y esa, ahora, no le importaba.
Cuando era pequeño, pasó mucho tiempo solo, encerrado en una habitación, observado como si se tratara de una rata de laboratorio. Entonces habría dado cualquier cosa por estar rodeado de gente. Lo que entonces todavía no sabía era que estar rodeado de gente no implicaba estar acompañado.
Buscó un sitio a salvo de las miradas curiosas y sacó su cuaderno de dibujo. Un cuaderno de verdad, con papel rugoso, nada de esos sucedáneos tecno-orgánicos. Era papel comprado en Galileo en el barrio de los artistas. Él no podía considerarse uno de ellos, su tío se arrancaría los pelos si se le ocurriera decirlo en voz alta. Y quizá por eso no lo hacía, ese era su secreto. No lo hacía por fastidiar o porque se esperaba que lo hiciera, dibujaba porque le gustaba y si alguien lo descubría, sería como con el violín, tendría que ser más y mejor porque era perfecto, y cualquier cosa por debajo de las expectativas que eso generaba no merecía ser tenida en cuenta.
No sabía si lo hacía bien o mal, y la verdad era que no le importaba.
—¿Quién es? —preguntó Elaine, apareciendo entre la maleza sin que él se diera cuenta. Zero dio un respingo y ocultó el cuaderno, un segundo demasiado tarde.
—Elaine, ¿qué haces aquí? —preguntó, intentando disimular el rubor embarazoso que cubría su rostro.
—Oh, qué bien, recuerdas mi nombre —bromeó la joven de cabello oscuro, sentándose a su lado. Estaba distinta. Apenas recordaba nada de ella más que el vestido vaporoso y poco opaco que cayó al suelo a la segunda caricia. En ese momento, vestía uno mucho más comedido y parecía más joven—. Tenía que hablar contigo y te he seguido. No me esperaba que tuvieras tanto talento, la verdad —dijo, intentando arrebatarle la libreta—. ¿Quién es? ¿A quién dibujabas?
—A Nadie —gruñó Zero guardando la libreta en su estuche—. ¿Qué quieres de mí, Elaine? ¿No es un poco pronto para una fiesta?
—Mi vestido.
—No lo llevo encima, pásate luego por mi habitación y podrás recogerlo —gruñó molesto, y se levantó con la firme intención de irse.
—Está bien —dijo Elaine tirando de su pantalón para hacer que se sentara de nuevo. Zero no se movió. No se sentó a su lado, como ella parecía querer, pero tampoco se marchó como había sido su intención inicial—. Quería verte a solas así que he ido a tu camarote. No estabas. He dado una vuelta y te he visto hablando con la Valicourt. Me he asustado un poco, ¿sabes? —admitió con una sonrisa nerviosa—. ¿Podría poner en mi agenda que estuve contigo anoche?
—Es que estuve contigo anoche —observó Zero—, contigo y con Iván. ¿Hay algún problema con ello?
—No, no, al contrario —dijo Elaine agitando la cabeza—. Pero... ¿te importaría pagarme como si hubiera hecho un servicio? ¡Te lo devolveré, lo prometo, no te preocupes! —se  apresuró a añadir—. Es que últimamente me divierto mucho y facturo poco. Eso es... poco profesional por mi parte —admitió con una sonrisa nerviosa—. Pero... Bueno, hay algunas circunstancias atenuantes pero son muy difíciles de exponer.
—Oh, entiendo, esta noche supuse que Iván era tu amante profesional pero es al revés, ¿no es así?
—No exactamente; Iván es mi prometido.
—Entiendo... —murmuró Zero, aunque tenía que admitir que la revelación le había sorprendido, y más, si recordaba la conversación que habían mantenido mientras ella dormía—. Y no le gusta tu trabajo.
—A Iván no le importa mi trabajo y... lo viste ayer, le encanta colaborar... Pero se supone que tengo que informar a la agencia de cualquier relación ajena a la profesión y este viaje era trabajo, no placer. Él no debería estar aquí. Desde que está aquí yo... trabajo poco. Lo de anoche no era más que diversión, Adam. Eso fue antes de saber que la Valicourt estaba a bordo.
—Y ahora se supone que tengo que hacerte de coartada —dijo Zero, sintiéndose muy idiota. Vamos, de qué se extrañaba, ya debía de estar acostumbrado a que siempre quisieran más de él.
—Te lo he dicho, solo es poner por escrito lo que pasó anoche. Te devolveré el dinero casi en el acto.
—No me importa el dinero —dijo dándose la vuelta—. Me molesta que me hayas engañado. Juraría que os obligaban a identificaros y mostrar las tarifas antes de abordar a un cliente.
—Te lo he dicho; no eras un cliente. Adam, por favor, haré lo que me pidas pero...
—¿Puedo pensármelo? —preguntó Zero.
—¿Qué tienes que pensar? —se extrañó Elaine, parecía realmente nerviosa.
—Tengo que pensar mucho para no decirte que no y punto —replicó—. ¿Por qué no haces que te contrató Iván? —Elaine agachó la cabeza—. Vaya, a ver si acierto: porque es el único que lo ha hecho y no ha pagado cláusula de exclusividad, ¿no es cierto?
—En este tipo de trabajos estoy asignada al barco, no al pasajero, así que no están permitidas las cláusulas de exclusividad. Y también se supone que debería ser más solícita y dar menos negativas. ¡Pero la Valicourt te adora! —insistió—. Mis negativas serán papel mojado si supone que he ido a por un pez mayor, nada más.
—¿No has pensado en cambiar de trabajo? Es obvio que este no se te da muy bien.
—No dijiste eso anoche —gruñó ella.
—¿No has insistido en que lo de anoche no era trabajo? —recordó Zero.
—Por favor —insistió de nuevo con mirada suplicante.
Zero resopló, sabía que tenía perdida esa batalla de antemano, pero al menos, la perdería con sus condiciones.
—No te pagaré por lo de anoche —dijo—. No se me da bien mentir y anoche no fue un servicio. Te contrataré para esta noche. Lo haré bien, te reservaré en la agenda y todo eso y pagaré el plus de compañía. Tengo una horrible cena de Navidad con mi tía y sus amigos y vendrás conmigo.
*
Elaine había insistido en ocuparse ella del papeleo con la agencia y toda la parte de contratación, incluso iría a recogerle a su camarote. Según ella, eso le permitía incidir que había sido ella la que había conseguido el cliente y que este no la había escogido por casualidad.
Zero bufó y la dejó hacer, tampoco le importaba demasiado. Cuando la joven se marchó, se sentó de nuevo sobre la hierba y sacó el dibujo que estaba haciendo. Intentó continuar pero no había esbozado más de un par de líneas cuando se encontró buscando a su alrededor, temeroso a que apareciera alguien más que pudiera interrumpirle. El hecho de que Elaine quisiera utilizarle le había molestado, pero no tanto como verse sorprendido en un lugar que creía a salvo. Había irrumpido en su refugio y se había llevado con ella la poca paz que tenía. Tampoco debía darle demasiada importancia, nunca un refugio duraba más de unos días. Regresó a su habitación con una cierta sensación de fastidio.
No tenía ganas de pasarse el día encerrado, no tenía ganas de ver a nadie, no tenía ganas de nada. Sí, así era él; un chico sencillo y sociable, ¿verdad?
Se sentó en la cama y suspiró. Se levantó de nuevo, se sirvió un vaso de kido y, mientras el amargo líquido bajaba por su garganta quemándolo todo a su paso, sacó de nuevo su libreta de dibujo y contempló el boceto en el que había estado trabajando. Una mueca amarga y se permitió un momento para recordar un tiempo en el que se sentía vivo.
«Deberías pasar página, ¿no crees?», se reprendió. No era que siempre estuviera pensando en él. No se había permitido recordar lo sucedido en Galileo hasta unas semanas antes, cuando estuvo de nuevo en aquella habitación del Venecia esperando la partida del crucero. Entonces, los recuerdos se abalanzaron sobre él y le atacaron sin piedad, dejándolo herido de melancolía y nostalgia. Unas heridas que ni toda la fiesta, el sexo y el alcohol habían podido borrar. Más aún, cuantas más personas ocupaban su lecho, más vacías le parecían todas y cada una de esas relaciones.
Casi sin darse cuenta, había retomado el dibujo y ahora, el rostro que le contemplaba desde el papel era perfectamente reconocible. Hacía casi tres años desde que se habían despedido, y no de buenas maneras, pero su cuerpo había quedado grabado a fuego en sus recuerdos.
Zero dio un largo suspiro y arrancó la hoja de la libreta.
—Inteligencia —pidió en voz alta, mientras anotaba mentalmente conseguir el nombre de la IA—. Enciende la chimenea.
El uso de fuego real está prohibido en los trayectos interplanetarios. Si quiere, puedo activar la holopantalla que...
—Déjalo estar —la interrumpió con hastío—. Ya encenderé una vela.
El uso de fuego real está prohibido y penado en los trayectos interplanetarios —recordó la inteligencia domótica.
—¿Y cuándo llegaremos a una estación? —preguntó Zero, empezando a impacientarse.
Está prevista la llegada a la estación orbital de Elíseo en dos días.
—Eso es demasiado tiempo —murmuró mirando el retrato que tenía entre las manos. Por supuesto, había muchas más formas de destruir un pedazo de papel, pero ninguna se le antojaba tan efectiva como quemarlo y dejar que los filtros de la nave enviaran las cenizas al infinito. Era algo... ¡estúpido!— Soy un imbécil sentimental —se reprendió—. Debería pensar qué hacer con mi vida en vez de quemar tiempo.
Suspiró con resignación y se dejó caer sobre la cama sin dejar de mirar el maldito dibujo.
«Podía intentar encontrarle», se dijo.
—¡Claro! ¿Qué parte de «eres consciente que cuando salga por esa puerta, no volveremos a vernos» no te ha quedado suficientemente clara? —se reprendió variando el tono de voz—. O, mejor aún, «olvida todo lo has visto, no quiero matarte pero lo haré si es necesario, no te quepa duda». —No, buscarle no era una buena idea. Incluso un estúpido como él era capaz de darse cuenta.
El sonido del interruptor de su puerta interrumpió su debate interno.
—El Sr. Rothfuss solicita permiso para entrar en su camarote —le informó la inteligencia.
—El Sr. Rothfuss... —repitió— Iván —recordó frunciendo el ceño. Seguramente venía a recoger el vestido de su novia—. Hazle pasar —dijo, guardando el dibujo bajo uno de los cojines de la cama. Con suerte, sería entrar y salir y él podría regresar a sus cavilaciones.
—Hola —dijo el leónida con una amplia sonrisa. En la penumbra de la habitación, no había podido apreciar el tono de su cabello y de sus ojos, parecidos a la miel oscura que ahora brillaban bajo la luz diurna de la nave—. Vine antes, pero no estabas.
—Toma —dijo Zero, con sequedad, colocando el vaporoso vestidito sobre sus brazos—. Llévaselo a tu novia.
—¿Qué es esto? —preguntó Iván mientras examinaba la prenda—. ¿Qué se supone que tengo que hacer con ello?
—Dárselo a tu novia, ¿no?
—Es la segunda vez que dices eso —dijo el leónida devolviéndole el vestido—. No sé qué quieres decir y no me importa. No he venido a eso.
—¿A qué has venido entonces? —preguntó Zero.
—A hablar contigo —dijo con una sonrisa y se sentó en la cama sin esperar una invitación.
—A ver si acierto de qué va el tema —suspiró. Aquella conversación no sería entrar y salir, sería más larga y acabaría cuando consiguiera sacarle de la habitación. Ni siquiera podría marcharse.
—De nuevo, creo que te equivocas conmigo. —El leónida enarcó una ceja en un mohín sorprendido—. Anoche fue divertido, no me entiendas mal, pero... me supo a poco.
—Así que has venido buscando sexo... —se extrañó Zero—. Esa no me lo esperaba —reconoció, sorprendido—. Y me siento alagado y estaría dispuesto a aceptar en otro momento, ahora no estoy muy animado.
—Por eso he venido ahora —dijo Iván—. Esperaba que a estas horas no estuvieras “animado” —dijo con una mueca, marcando las comillas con los dedos—. Estoy hablando en serio. ¿Recuerdas algo de lo que te dije antes de que me echaras esta madrugada?
—«He querido que pasara esto desde que te vi en la cubierta principal. Pero no me imaginaba que tendría el valor para acercarme» —repitió Zero, recordando a la perfección cada una de sus palabras—. Normalmente, tengo buena memoria.
—Ya veo —dijo Iván sorprendido—. Lástima que prefieras apagarla. Estoy de viaje de estudios con unos amigos —explicó—, cada uno ha decidido ir un poco por su cuenta y unos se toman el viaje de placer en un sentido más literal que otros. Bueno, la cuestión es que esta tarde hemos quedado para juntarnos y hacer un partidillo para que parezca que nos conocemos —se rio, agitando la cabeza—. Una tontería, pero... ¿te apetecería venir?
—¿A un partido? —Zero no entendía a qué venía todo eso.
—No es muy emocionante pero podía ser divertido.
—No creo que yo...
—¿Por qué no? —preguntó Iván—. Estás en buena forma, tienes nuestra edad... No te hará daño hacer algún amigo.
—No sirvo para esas cosas —dijo Zero negando con la cabeza.
—¿Por qué insistes en estar solo?
—¿Y qué te importa a ti si yo estoy solo o no? —replicó poniéndose a la defensiva.
—La primera vez que te vi pensé: “He aquí, alguien que está terriblemente bueno”, anoche pensé: “He aquí, alguien que es realmente bueno en la cama”, pero esta madrugada he pensado: “He aquí, alguien que está completamente solo”.  ¿Y sabes la primera cosa que pensé cuando te miré a los ojos? “He aquí, alguien que está muy triste”. Es una tontería —añadió, restando importancia a sus palabras—, pero me llamó la atención. ¿Estás triste porque estás solo o estás solo porque estás triste?
—Muy bonito —dijo Zero con un gañido, intentando disimular el nudo de su garganta—. No necesitas seducirme para acostarte conmigo, solo te he pedido que esperes a...
—... a que te emborraches, te tomes cualquier cosa y dejes de ser tú —suspiró Iván—. Yo quiero conocer al verdadero Adam.
—El verdadero Adam... ¿Quieres saber un secreto? —preguntó casi en un susurro—. Adam no existe. Adam es un traje y lo que hay debajo no le gusta a nadie.
—Eso —dijo Iván tomando su rostro entre las manos y acercándoselo con delicadeza— lo decidiré yo, ¿vale?
Zero cerró los ojos y dejó que la lengua serpentina del leónida se introdujera en su boca. Lo que le ofrecía Iván era algo que iba más allá del sexo, hablaba de desnudarse a sí mismo, hablaba de confianza, hablaba de mostrar aquello que había ocultado a todo el mundo. «A todo el mundo no, a él se lo mostraste y fue bien, ¿verdad?», todo su cuerpo le pedía a gritos que volviera a confiarse, necesitaba alguien que viera más allá del traje, del cuerpo de muñeco...
El leónida mordisqueó sus labios con deseo y luego, dibujó con la lengua la línea de su mandíbula. Zero sintió como su vello se erizaba con la caricia húmeda y emitió un jadeo quedo. Frunció el ceño al sentir como la presión de su entrepierna se acrecentaba, desvaneciendo con ello las dudas que todavía le retenían.
—Relájate —susurró Iván—, estás muy tenso.
—Lo sé —admitió Zero, sonriendo a su pesar—. Todavía no estoy seguro de que esto sea una buena idea.
—Menos mal que tu cuerpo me indica lo contrario —replicó el leónida con aplastante seguridad. Le sujetó el cuello, y le arrastró con él mientras se dejaba caer sobre la cama.
—¿Por qué no? —se preguntó en voz alta sin esperar respuesta.
Empujó a Iván sobre el lecho y trepó sobre su cuerpo con habilidad felina. Metió las manos por debajo de la camiseta y tiró hacia arriba despojándole de su ropa. Dibujó con la lengua la línea de sus abdominales y sonrió, satisfecho, cuando sintió como el cuerpo de su amante se estremecía bajo sus caricias. Se centró en sus pezones, firmes y duros como dos pequeños botones, jugueteó con ellos, mordisqueándolos, arrancando a su dueño gemidos silenciosos. Iván tanteó su pantalón, buscando el cierre y, cuando consiguió desatarlo, introdujo sus manos y acarició su miembro con unos dedos que parecían plumas. Ahora era el turno de Zero de estremecerse bajo las caricias de su amante. Ahogó sus jadeos contra el pecho del leónida mientras este intensificaba sus atenciones.
Un ruido extraño, como el que haría un papel al arrugarse, le activó una alarma en su interior.
«¡El dibujo!»
—¿Qué es...? —Iván metió la mano bajo su espalda, que había quedado entre los cojines, y sacó el dibujo de Zero.
—No es nada —dijo, sintiendo que el rubor se extendía por sus mejillas.
—Te has puesto colorado —bromeó Iván apartándolo con un brazo para que no pudiera recuperar el papel. El leónida frunció el ceño un momento, casi de forma imperceptible, pero solo fue una fracción de segundo. En seguida, una sonrisa iluminó de nuevo el rostro de su amante—. ¿Lo has hecho tú? —preguntó con un deje de admiración. Zero asintió y desvió la mirada—. Es... es increíble. Es muy bueno. Podrías... No sé... Es muy bueno. Parece que está vivo. ¿Quién es?
—Alguien que conocí —respondió—. Nada importante... pero me apetecía dibujarlo. Nada más.
—¿Es él quién te pone triste? —preguntó Iván con seriedad. Zero agachó la cabeza y suspiró.
—Puede.... En parte, supongo —dijo sin saber muy bien qué responder—. Pensar en él me recuerda cosas que tenía y que ahora no tengo. O... cosas que creí que tenía —añadió con una mueca—. No acabó muy bien pero estoy vivo, supongo que no puedo quejarme.
Iván sonrió y, para su sorpresa, le cogió el cuello con su brazo y le besó en la mejilla.
—En el fondo eres un sentimental —susurró a su oído y luego se levantó.
—¿A dónde vas? —se extrañó Zero al ver cómo el leónida se levantaba y se ponía de nuevo la ropa que le acababa de quitar. Su voz tembló, ¿por qué se iba? ¿Qué había hecho mal?
—Tranquilo —dijo Iván, y le dio un beso rápido en los labios—. No debí haber sacado el tema, ahora estarás pensando en él y no sabré con quién te estás acostando. Por eso prefiero dejar un tiempo prudencial. Por ejemplo, hasta esta noche. Luego insistiré y procuraré asegurarme de que te centres solo en mí. No te pases con... ya sabes —recordó con una mueca—. Quiero conocer a ese Adam que no existe.
Zero se vio obligado a sonreír. La verdad era que Iván había reflotado el recuerdo de Nadie así que tampoco él podría asegurar en quién pensaría si lo hicieran en ese momento. El leónida estaba siendo prudente y parecía que en serio buscaba algo más que sexo. Esa idea le causó cierto desasosiego. El concepto de que alguien esperara algo más de él le resultaba atrayente y aterrador al mismo tiempo.
—Zero —dijo casi en un murmullo—. Lo que hay bajo Adam se llama Zero. Así me llamo.
—Zero —dijo Iván paladeando su nombre con cierta satisfacción—. Encantado de conocerte. Nos vemos esta noche, ¿vale? Feliz Navidad.
*
La visita de Iván le había enseñado dos cosas: la primera era que todavía podía tener algo de esperanza en la humanidad; la segunda que, a pesar de todo, no debía confiarse porque siempre había alguien dispuesto a aprovecharse de él.
O, en este caso, dispuesta.
Quizá Elaine no había planeado que el leónida intentara conquistarle por su cuenta pero toda la historia de la mujer carecía de base. Como sospechaba, su perfil no aparecía en ninguno de los ofrecidos por la agencia Valicourt para el crucero así que solo era alguien intentando sacar partido. Otro más.
Se había encontrado con bastantes y, a pesar de que intentaba mantener una política de confianza, cada vez tenía la sensación de que era más difícil pensar bien de las personas. Seguro que había gente buena por allí, seguro, pero no se acercarían a él sabiendo quién era. Por eso el comportamiento de Iván le parecía tan extraño. ¿En verdad alguien podía sentirse atraído por él? No por su cuerpo, ni por su dinero... ¿En verdad alguien creía que merecía la pena conocer lo que había debajo?
Por ahora solo le había dicho su nombre. El estúpido nombre con el que se llamaba a sí mismo porque nadie más lo utilizaba. Había sido agradable oírlo en los labios de otra persona para variar.
Se puso bien las mangas de su camisa y se ajustó las solapas de su esmoquin dividiendo sus pensamientos entre lo que haría con Elaine y lo que haría con Iván. Una parte muy fuerte de él quería creer en el leónida. Necesitaba creer en él. El espejo le devolvía la imagen de la perfección, el negro del traje contrastaba con su melena plateada y acentuaba aún más el azul eléctrico de sus ojos.
Cuando la puerta de su camarote se abrió, Elaine abrió los ojos al verle. Ella estaba también muy bonita, era una mujer preciosa y sabía sacar partido a sus curvas, eso no podía negarlo. El vestido rojo era del mismo tono que su pintalabios y los pendientes, con formas de bolitas, que colgaban de sus orejas. Muy rojo. Quizá demasiado, pero a ella le quedaba bien.
—¡Feliz navidad! —dijo con una sonrisa nerviosa—. Me alegra que quisieras conservar nuestro trato —añadió, agradecida—. No te preocupes, haré que merezca la pena.
—No lo dudo —dijo él con fría cordialidad ofreciendo su brazo con galantería—. ¿Nos vamos?
Elaine se agarró, parecía nerviosa, otra muestra más de que la muchacha no se dedicaba a eso. Quizá solo intentaba salir de un apuro, Zero estuvo tentado de no seguir adelante, de decirle lo que iba a pasar y darle una oportunidad para que desapareciera. Pero no, lo que iba a pasar sería solo fruto de sus acciones.
—¿Cómo es que no te has vestido de Navidad? —preguntó Elaine mientras avanzaban por el pasillo.
—Estoy vestido para una cena —se limitó a observar.
—No es eso, tonto —bromeó Elaine con una risa ligera—. En Navidad es común vestirse de rojo y verde. ¿No lo sabías?
—No —dijo Zero, apretando las mandíbulas. Había revisado el Fondo de Conocimiento buscando información sobre la Navidad, muchísimas tradiciones diferentes de cientos de países y ritos a lo largo de los años. Lo de vestirse de colores se le había escapado.
—Oh, vamos, ¡todo el mundo la sabe! —exclamó ella, divertida.
—Rojo por San Valentín, verde por San Patricio —repasó mentalmente—. No he encontrado esa tradición en ninguna parte.
—Deberías estudiar menos y vivir más —comentó la joven—. De todas formas, es igual, estás muy guapo. Todo el mundo te mirará.
—Genial —masculló Zero para sí.
El comedor era el mismo que el de esta mañana pero ahora había mudado completamente y parecía un sitio completamente nuevo. Árboles, regalos, coronas, estrellas... Una recargada decoración había invadido el lugar mientras de fondo se escuchaban cancioncillas cantadas por coros infantiles. La planta baja estaba llena de gente que, tal y como había predicho Elaine, se quedaron mirándole al verlos pasar rumbo a las escaleras que les llevaría a la terraza privada de la segunda planta, la que tenían reservado para ellos.
Al pie de la escalinata le esperaba su tía Grace, que le saludó con la mano al verle llegar.
—Oh, la Valicourt —dijo Elaine, palideciendo bajo el maquillaje.
—Sí, Grace Valicourt para todos, pero para mí es la tía Grace —dijo con fingida inocencia—. ¿No lo sabías?
—Sí, claro —replicó Elaine con una mueca nerviosa—. Es solo que, cuando hablamos de que me contrataras, pensaba en algo más... íntimo. Ahora será como pasar un examen delante de mi jefa. No, no me apetece mucho.
—No necesito contratar a nadie para mantener relaciones sexuales satisfactorias, gracias —dijo Zero con frialdad—. Necesito a alguien que me acompañe en una cena familiar. Pensaba que eso era lo que diferenciaba un amante profesional de alguien que ejerce la prostitución —dijo con cuidada indiferencia, pero pudo sentir como el brazo de su acompañante se tensó y casi puso notar las uñas atravesando la manga de su esmoquin—. Cálmate —le dijo en un susurro—, es tu jefa, pero es mi tía y sus amigos, no se arriesgará a hacer una escenita aquí delante. Será discreta.
—¿Eso debe consolarme? —murmuró ella.
—No, eso te da tiempo para pensar una salida. Tía Grace —dijo saludando con la cabeza a la mujer que se acercó a ellos. El modelito que vestía parecía haber sido diseñado por el mismo que había vestido a Elaine, también era en rojo puro, rematado en esta ocasión por un borreguillo blanco.
—Hola, cariño —dijo la mujer dándole un beso en la mejilla sin dejar de estudiar a su acompañante—. ¿Y tú eres...?
—Oh, lo siento, ella es mi acompañante Elaine... Lo siento, no sé tu apellido.
—Elaine Golemon —dijo ella con voz temblorosa.
—Encantadora, parece un pajarillo asustado —bromeó su tía, con una sonrisa postiza. Sí, la había reconocido, pero tal y como había supuesto, no montaría un numerito delante de sus amigos—. Pero tú, querido Adam, estás espectacular. El negro parece que se creó para ti. Sencillamente perfecto. Y te aseguro que sé mucho sobre hombres perfectos. Vamos a sentarnos —dijo, señalando con un gesto vago de la cabeza las mesas que se adivinaban en la planta superior—, solo faltamos nosotros.
La mujer empezó a caminar por el pasillo de comensales y Zero avanzó con la intención de seguirla pero se quedó quieto al sentir cómo Elaine tiraba de su brazo.
—Por favor, Adam —susurró, ni todo el colorete del mundo habría servido para ocultar su rostro lívido—. Tengo que hablar contigo.
—¿Sobre qué? —preguntó fingiendo sorpresa—. Por cierto, ¿no te ha parecido extraño que mi tía no te reconociera? Bueno, sé que tiene cientos trabajando para ella pero me ha dicho que solo tenía a cinco profesionales destinados al crucero, pensaba que sabría el nombre y apellidos de cada uno.
—No, no puedo sentarme allí —murmuró Elaine—. Tengo que... No sé cómo empezar.
—Podrías empezar por la verdad, no has dicho ni una sola desde que nos conocemos —replicó con sequedad.
—No soy de la agencia Valicourt —admitió en un mohín—, pero no soy una prostituta. Quiero ser amante profesional, de las buenas, pero las Valicourt controlan todo el pastel y es imposible hacer nada sin pasar por ellas. Por eso pensaban que si me enrolaba en un crucero como este, podría conseguir una cartera de clientes lo suficientemente buena como para que no importara si pertenezco a la agencia o no. Así que... he dicho alguna mentirijilla.
—¿Cómo que pertenecías a la agencia pero preferías facturar en mano? —preguntó sin poder evitar preguntarse si era el primero o el último de una lista.
—Nadie ha sospechado —dijo con una voz preñada de orgullo—. Todos acabaron satisfechos.
—Cada uno de sus amantes profesionales pasa por la escuela de placer y eso va mucho más allá que ser bueno con el sexo —recordó Zero—. Se trata de dar al cliente lo que pide, de saber lo cliente necesita antes de que lo diga y eso, muchas veces significa decir que no al sexo. Hay veces que... —La sombra de la sospecha le hizo vacilar un momento—. Hay veces que necesitas más un abrazo y un beso que un polvo.
—¡Puedo hacerlo! —exclamó ella con seguridad—. Puedo ser buena. Sé que soy buena.
—Quizá en el futuro —dijo Zero—, ahora mismo solo eres una puta con pretensiones.
Zero soltó su brazo y no le dirigió la mirada, se giró y continuó caminando hacia la mesa dónde su tía le esperaba. Elaine había incumplido diversos delitos, pero eso no era asunto suyo, eso era algo que arreglarían entre las autoridades y su tía. Quizá podía pedirle que fuera magnánima con ella, pero la tontería de la historia de la prometida... esa le escocía por dentro. Y no era lo único.
No había llegado a las escaleras que le llevarían a la segunda planta cuando un grito le hizo girarse con una velocidad que algunos caracterizarían de sobrehumana. Zero esquivó la botella de cristal que iba dirigida a su cabeza.
—¿Estás loca? —exclamó Zero, previendo una nueva acometida de una exaltada Elaine.
—¡Eres un hijo de puta! —gritó ella, arremetiendo de nuevo, botella en mano, sin importarle que al agitarla su contenido se desparramara por el suelo, las mesas y los asistentes que estaban cerca. Zero agarró su muñeca y, con un movimiento rápido, se colocó a su espalda desarmándola.
En seguida, uno de los camareros se personó para ayudarle y Elaine, llorosa, se derrumbó en sus brazos.
—Lo siento —sollozó—, lo siento.
—Solo está... un poco borracha y... exaltada, acabamos de cortar —la disculpó Zero ante el agente de seguridad que acababa de llegar. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué la ayudaba? Quizá algún día sabría la respuesta porque, en ese momento, ni él mismo la tenía—. Lo siento, preciosa, no podía durar.
Dejó que se la llevaran tras convencer al agente que no tenía sentido encerrarla, que no era peligrosa. Su tía le esperaba con una expresión extraña. El numerito había llamado la atención de todos los presentes en el concurrido comedor, Zero enrojeció al sentir todas las miradas puestas en él pero alzó la barbilla y caminó con paso firme hacia su grupo.
—Disculpen el espectáculo —dijo, con una sonrisa y una inclinación de cabeza, al resto de los comensales—. No... —dudó un momento y al final desistió; mentir no se le daba bien—, no tengo una escusa convincente que darles. Solo espero que me disculpen y actúen como que no ha sucedido. Por favor.
Los comensales se rieron con aprobación y Zero pudo respirar tranquilo, pero no muy profundo, sabía que en esa mesa todos eran hienas y él tenía la sensación de no ser más que un cordero. Miró a su alrededor, a la mayoría les conocía de vista. Identificó al capitán del crucero y a su mujer, y a dos de los accionistas minoritarios de su empresa. Le sorprendió reconocer a William Alcott, el empresario y socio parecía haber encontrado muy divertida la situación y en ese momento relataba una de sus aventuras con una fotosintética fogosa y sin educación. De vez en cuando, su tía le interrumpía con algún comentario mordaz sobre la poca clase de sus gustos sexuales. Zero mantuvo la sonrisa forzada y asentía cortésmente cuando alguien le preguntaba mientras contaba el tiempo para que acabara la cena.
No pudo evitar percatarse de la inquietante presencia de otro comensal, un silencioso óptimo con cabellos tan blancos como los suyos y unos iris tan claros que parecían transparentes. Ese individuo le miraba fijamente, como si esperara encontrar algo con solo mirarle. Aunque, molesto, Zero no le dio importancia. La mayoría de óptimos consideraban muy interesante su caso. No era la primera vez que uno se acercaba para pedirle un autógrafo. Después de todo, él era el milagroso fruto de la genética de diseño. Si lo pensaba con frialdad, el asunto rozaba el ridículo, era como pedir el autógrafo de la nave más rápida o a una de las máquinas de terraformación.
Su tía se puso en pie y golpeó su copa llena con un tenedor, captando la atención de los presentes.
—Hacía mucho que no lo celebrábamos pero siempre hay una buena excusa para una cena en familia —dijo con voz clara—. A todos nos gustaría vivir para siempre, ¿no? —Zero sintió como su vello se erizaba ante ese comentario, en apariencia, inocente—. Por todos los que faltan, y querríamos que estuvieran aquí. Porque en estas fiestas, las ausencias pesan más y buscamos, con fervor, reencontrarlos en los que nos rodean. Épocas en las que miramos al pasado con nostalgia y al futuro con una esperanza renovada. Por todo, os deseo, Feliz Navidad.
Zero asintió con la cabeza y aplaudió, pero sus labios apenas rozaron el interior de la copa. Quizá se estaba volviendo paranoico pero le había parecido detectar una velada amenaza en el discurso de su tía.
«Tonterías», se dijo.
—Espero que disfrutes con mi regalo —le susurró su tía al oído.
—¿Regalo? —se extrañó Zero—. ¿Qué regalo?
—Ya lo sabrás a su debido tiempo —dijo con aire misterioso—. Me ha costado decidirme, pero creo que es el regalo perfecto, tranquilo.
—¡Cantemos una canción! —exclamó el capitán. El hombre llevaba demasiadas copas encima—. ¡Es Navidad! Hay que cantar. Nooche de paaaaz... —empezó a cantar animando al resto de comensales a que se les uniera.
Zero no conocía la canción así que se quedó en silencio, escuchando el coro de alcohólicos que le rodeaba. Todos cantaban, hasta su tía. El único que permanecía callado, casi ajeno a toda la conversación, era el extraño óptimo que seguía mirándole como si fuera fruto de un experimento, y así era.
*
Se disculpó de buenas maneras cuando la cena se dio por concluida. Allí seguían; el alcohol desfilaba por la mesa pero la conversación agonizaba. Nadie dijo nada cuando el joven decidió marcharse.
Tenía planes, había quedado. Pensó en ir directamente a la sala de fiestas donde la música estridente se combinaría con la decoración navideña y las mujeres vestidas de rojo. Seguramente, Iván esperaría que fuera allí pero algo le decía, que el leónida le encontraría donde estuviera. Así que fue hacia la cubierta exterior.
Normalmente, la cubierta de observación estaba abarrotada de gente pero con las celebraciones, todos estaban en las fiestas que se realizaban a lo largo y ancho de la nave. Zero necesitaba quitarse de encima el regusto amargo de la cena y las sospechas. Se apoyó en la inútil barandilla que confería al lugar cierto aire arcaico. Ante él, un océano interminable de estrellas y mundos por descubrir. Parecía que si alargaba la mano, sería capaz de cogerlas. Pero no era más que una ilusión, un truco de perspectiva, algo parecido a lo que sucedía en todas sus relaciones.
—Eres difícil de localizar —dijo Iván caminando hacia él con las manos en los bolsillos. Llevaba una vaporosa camisa roja de la que se había descuidado abrochar los primeros botones—. He tenido que pelearme con la IA para que me diera tu ubicación. Pensaba que estarías en alguna de las fiestas.
—Quizá más tarde —dijo con tristeza, girándose de nuevo, para contemplar el mar de estrellas.
—Como prefieras —dijo el leónida, apoyándose con los codos, tan cerca de él que si respirara hondo sus cuerpos se tocarían—. A mí me gusta más esto, la verdad, aunque podríamos ir a algún sitio más... íntimo.
—¿Eres mi regalo de Navidad? —preguntó Zero sin alzar la vista.
Iván suspiró y escondió la cara entre las manos.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó—. ¿He hecho algo mal?
—No —dijo Zero en un murmullo—. Lo has hecho muy bien. Demasiado bien. Si algo no encajaba era porque todo era demasiado perfecto. —No quería llorar pero había sido un día muy largo. La cena había sido mentalmente agotadora. Todo el problema con Elaine... Solo en ese momento era consciente de lo que habría agradecido que lo que le ofrecía Iván hubiera sido algo real.
—Siento haberte mentido —dijo Iván—. Mi... clienta insistió en que no debías enterarte. Todo debía parecer casual.
—¿Y si hubiera aceptado la invitación al partido? —preguntó con una mueca y una ligera inclinación de cabeza que hizo que su melena actuara de telón, ocultando su rostro.
—Habríamos jugado un partido —dijo el leónida—. Se trataba de complacerte. De hacerte sentir querido.
—No necesito sentirme querido —dijo Zero mientras sentía que algo se rompía en su interior—. Necesito que me quieran. Nunca nadie me ha querido. No es una queja ni me estoy poniendo dramático, me limito a exponer la verdad. Nunca me han querido. Nunca. No he tenido madre, ni padre. Ni siquiera alguien que me abrazara cuando era pequeño. Nadie intentó consolarme cuando lloraba, ¿para qué? No soy humano. ¿Sabes lo que es tener cuatro años y saber que no sirve de nada llorar? Lo intenté, de verdad. Pero no conseguí más que un cubo de agua fría. Durante un tiempo tuve a mis hermanos —recordó, y dejó que unas  lágrimas hirvientes se escurrieran por sus mejillas encendiendo la piel a su paso—. Durante un tiempo tuve a mis hermanos. Eran retrasados, ¿sabes? Su cerebro no podía crecer al ritmo de su cuerpo. Pero eran mi mundo y se los llevaron y nunca supe si ellos se daban cuenta, o sentían algo por mí. No sé lo que significa sentirse querido, Iván, pero creo que si te pagan por ello, carece de sentido.
—No quería hacerte daño —murmuró el leónida con voz queda.
—No es culpa tuya —dijo girándose, dando la espalda a las profundidades del espacio y sus promesas de estrellas distantes—. Solo hacías tu trabajo.
—¡Zero! —le llamó instándole a detenerse. Zero apretó las mandíbulas y se secó las lágrimas con un gesto descuidado—. Esto no tiene por qué acabar así —dijo—, puedo hacer que te sientas mejor.
—Yo también —replicó él mientras caminaba marcha atrás, tenía prisa por alejarse—. Lo hago todos los días; solo tengo que olvidar quién soy.
—¡Zero! —insistió Iván. El leónida aceleró el paso y no tardó en darle alcance—. No hagas tonterías, por favor.
—No te preocupes —dijo—, hablaré bien de tu trabajo. No necesitas seguir...
—¡Escúchame! —le interrumpió agarrándole del brazo. Zero miró la mano que le retenía y luego a los ojos color miel del leónida que le impedía el paso—. No te trates así. Deberías aprender a quererte a ti mismo.
—Suéltame —pidió con voz tajante. Iván tragó saliva y soltó la presa.
—Solo una cosa más —dijo el leónida antes de que se alejara—. Es sobre el retrato que tenías. Es... es peligroso, Zero. No sé qué tipo de relación mantienes con él y no me importa, pero es peligroso. Muy peligroso.
—¿Le conoces? —se extrañó Zero, pero esta vez era el leónida el que no quería continuar la conversación.
—Mantente alejado de él o acabarás muerto.         
*
¿Cuántas copas llevaba? Eso preguntaba el camarero cada dos por tres. ¿Y él qué sabía? Ni que se hubiera parado a contarlas. Más que muchos, seguro, pero podía pagarlas. Que no se preocuparan tanto, podía pagarlas. La propaganda decía que lágrima-púrpura eliminaba los problemas con una gota. Ya podía ser, llevaba tres y apenas recordaba su nombre ni por qué estaba tan mareado. La música sonaba demasiado alta, ocupando hasta sus pensamientos que escapaban del caos, sumiéndose en algún lugar oscuro y alejado.
—Perdone —dijo alguien vestido de uniforme.
—¿Quieres follar conmigo? —preguntó Zero con desgana, agitando los cubitos de su copa vacía. Apenas podía distinguir a su interlocutor tras la bruma etílica que lo envolvía todo.
—Es una propuesta tentadora pero no, creo que es hora de que vuelva a su habitación, señor Alcide.
—No me llames Señor Alcide —dijo arrastrando las palabras—. Alcide es malo. Maaalo.
—Como usted diga —aceptó el hombre del barco. ¿Era oficial o de seguridad? Tenía que mirarle a los ojos, pero todos los ojos brillaban. Todo brillaba—. Debería regresar a su dormitorio.
Se hizo el remolón un poco más y seguro que tardaron horas en cruzar las cubiertas hasta llegar a su camarote. Tenía la vaga sensación de que la nave espacial oscilaba como si en verdad fuera un auténtico crucero y además hiciera mala mar. El tipo del uniforme le dejó encima de la cama sin muchas contemplaciones, y se marchó cerrando la puerta tras él.
Zero dio una patada para quitarse los zapatos y trepó por la cama abrazándose a los cojines mientras, entre sueños fruto de algunas de las cosas que había tomado, sentía como si los cojines le devolvieran el abrazo que necesitaba tanto. Una pequeñita alarma sonó en un interior de su cabeza. Si iba a dormir, tendría pesadillas. No quería pesadillas. No le gustaban las pesadillas. En ellas soñaba que mataba gente o que él estaba muerto. A veces notaba cómo los gusanos se abrían paso a través de sus tripas. Era muy desagradable.
Le costó tres intentos levantarse de la cama, dando tumbos, llegó hasta el baño y encontró las pastillas para dormir. Esta vez se había acordado. No habría pesadillas.
Dormir. Eso le gustaba. Dormir mucho, profundo y sin sueños.
*
No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo pero cuando despertó, creyó que estaba de nuevo en una de sus pesadillas. El techo era blanco y brillaba con una claridad cegadora. Las paredes eran blancas y hasta la ropa de la cama tenía el tono níveo y estéril. Además, el lecho era mucho más pequeño y duro que el suyo. ¿Qué había hecho esa noche? ¿Dónde había acabado?
Entreabrió los ojos y, a través de las cortinas de sus pestañas vislumbró un botellín de misterioso contenido que colgaba sobre su cabeza. Un pinchazo, al intentar moverlo, le alertó sobre la posibilidad de que el tubo que salía de la botella se insiriera en algún punto de su brazo.
«¿Un hospital?», se extrañó. «¿Qué ha pasado?»
—Bien, ya está consciente —dijo una óptima vestida de médico—. Debería dejar la fiesta por un tiempo —aconsejó—, le arrastrará a la tumba. Esta vez ha tenido suerte, pero la próxima...
—¿Qué ha pasado? —preguntó Zero con voz pastosa. La cabeza le iba a estallar, era como tener una orquesta desfilando tras sus ojos y un pájaro carpintero en la sien.
—Ha tomado algo, o mucho de algo, o mezclado con algo que le ha provocado un shock tóxico. Dígame la verdad —dijo, mientras le examinaba las pupilas— ¿Ha intentado suicidarse?
—¿Suicidarme? —repitió Zero extrañado— ¡No! ¡No, seguro que no! —exclamó al darse cuenta de lo que la doctora insinuaba. «¿Morir? ¿Está loca?»—. Me da pánico morirme. Nunca se me pasaría por la cabeza suicidarme. Tuve... —Los recuerdos acudieron a su llamada—. Tuve una mala noche. Bebí mucho y tomé algunas cosas. Quizá algo me sentó mal.
—Podría ser —asintió la doctora—. Pero en su organismo han encontrado una fuerte cantidad de un potente relajante muscular. Eso no se toma para ir de fiesta.
—No, de fiesta no. Eso lo tomo para dormir desde que tengo once años —dijo con pesar—. Tengo fuertes pesadillas recurrentes. No hace mucho me han subido la dosis para ajustarla con mi metabolismo. Quizá es demasiado alta.
—Pues la próxima vez, decida entre su fiesta y las pesadillas —dijo la doctora—. Mezclar ambas puede hacer que no vuelva a despertar. En esta ocasión ha tenido muchísima suerte. Si no fuera por el servicio de habitaciones... Casi diría que tiene un ángel de la guarda cuidando de usted.

—Estaría bien —murmuró Zero con una sonrisa triste, hacía demasiado tiempo que había perdido la esperanza—. Significaría que a alguien le importo.                                                  

jueves, 14 de noviembre de 2013

Mucha información en poco espacio

Como blogger no valgo una mierda, está claro.

¿Sabéis esa de una que no actualiza porque no tiene nada que decir y que cuando tiene cosas que decir se olvida y se le acumulan y entonces hace una entrada cutre que podían haber sido muchas bien hechas? Pues bien... esa soy yo.

Tengo muchas cosillas que explicar pero podíamos empezar por el principio. Resulta que desde que cuando gané el concurso de Oneshot de Yaoi-Niwa (que podéis leer aquí), Estudio Elay me ofreció colaborar con ellos suministrando contenidos para la web yo sugerí un relato largo por entregas y ellos me dijeron que si iba a ser por capítulos que me comprometiera a terminarlo para no dejar a nadie colgado.

Pues eso hice y, con un par de días de retraso, entregué el relato que se había convertido en novela corta. Como coincidió con unos días de bonanza mental y descanso familiar, pude escribirlo entero en poco más de una semana (no suelo hacerlo, ya aviso, soy rápida escribiendo pero al final todo es cuestión de inspiración y tiempo) y así surgió Fantasía a cuatro manos (toma el título de una obra de Schubert).

Para los que temen quedarse a medias, no os preocupéis, como ya he dicho está completamente escrita. Y tiene tórridas escenas de sexo y esas cosas.

Voy con un mes de retraso de Elay pero la idea es que al final os podáis descargar el PDF completo para leerlo con comodidad. Por ahora, cada entrada se publicará mensualmente y contará con una magnífica ilustración de Bisho a la que estoy muy agradecida por dar forma a mis personajes.


Además, desde Yaoi-Niwa, Hendelie me secuestra para hacerme una entrevista. Si queréis conocerme un poquito más a mí, mis obras y mis personajes, pues ya sabéis qué leer. Además, en ese número colaboro con un reportaje sobre Alteraciones Genéticas (un doctorado en biología tenía que saber para algo (y si no digo que he defendido la tesis y que ya soy Doctora (o Phd) reviento) ).




Y eso... no podía despedirme sin antes hacer hincapié en que ya está a la venta la que se ha convertido en mi novela de homoerótica favorita de todos los tiempos: Flores de Asfalto: El Despertar.


Las chicas de Third Kind han estado trabajando muchísimo para poder mostrar al público una obra de calidad muy bien maquetada, con ilustraciones, con... No digo más porque me quedo corta. Así que os invito a que os paséis por su web y descubráis este universo tan oscuro que han creado y que brilla con luz propia (sí, adoro los oxímoron). 

jueves, 3 de octubre de 2013

No-Reseña: Fuego y Acero

No estoy en condiciones de escribir nada con sentido como no sea algo gore y no tengo ganas, la verdad. Así que vamos a intentar distraernos y centrarnos en las cosas que me gustan. Vamos a hacer una de esas reseñas que no son reseñas pero que hablo de un libro. Uno que sabéis de antemano que me ha gustado (mi mamá me dijo una vez: “si no tienes nada bueno que decir, estás más mona callada”, después de eso creyeron que era muda). 
Pues como iba diciendo, ahora viene una no-reseña.

Fuego & Acero


Yo soy rara, voy a reconocerlo. Aunque decir eso es como decir “las amapolas son rojas y las hojas son verdes”, una obviedad. La cuestión es que yo conocí este libro después de enamorarme de Hendelie (literariamente hablando) con Flores de Asfalto. Así que decidí meter toda su bibliografía en mi lector digital y hacerme con todos como una buena cazadora pokemon.

Pensé que era difícil superar Flores de Asfalto: El Despertar (de ahora en adelante: FdA1) y no me equivocaba. FdA1 sigue siendo mi favorito pero este le sopla la nuca, la verdad. Me ha encantado, me ha gustado muchísimo.

¿Esperábais una crítica más elaborada? Pues os jodéis, que no estoy de humor.

Bah, explayémonos un poquito más.

Sería un tipo de historia viaje iniciático (alguien hizo alguna vez una clasificación de las novelas y se podían incluir todas en unas pocas categorías. Algún día buscaré quién lo dijo y cómo lo dijo pero eso, una de las categorías era el viaje iniciático). Básicamente la historia se trata de coger al adolescente más repelente que te puedas echar a la cara y convertirlo en un hombre hecho y derecho. Y Hendelie lo hace de una forma magistral. Coge a un personaje como Driadan, con un montón de inseguridades que te hacen quererle, y un montón de otras cosas que te dan ganas de estrangularle. Pero poco a poco, y os aseguro que no por las buenas, Driadan cambia sin dejar de ser él. No es de un momento a otro, es de una forma sutil y gradual y, aunque hay un punto de inflexión, te das cuenta de que ya ha cambiado antes.

No sé si haré mucho spoiler pero vamos a dar un resumen de lo que es el libro:
Driadan es un príncipe malcriado que toma como esclavo al líder del ejército invasor al que acaba de derrotar su padre. Ioren, dicho líder, tiene más de una oportunidad de destrozar al joven principito pero cree en el destino. Un destino que le ha dicho que morirá bajo la espada de ese hombre. Así que ha decidido que si tiene que morir, no será de la mano de un príncipe malcriado sino de un gran rey.

La cuestión es que ambos se odian. Y motivos no les faltan. Y cuando hablo de odio hablo de ODIO con mayúsculas. Un odio fijo y estable al que se aferran con todas sus fuerzas cuando todo  a su alrededor se desmorona.

La novela tiene partes duras. Muy duras. Lloré como una maldita magdalena. Hubo una llantina en concreto que tuve que dejar el libro e ir a lavarme la cara. Por si alguien lo había deducido: soy una llorona. Me encanta llorar. Y en esa parte en concreto... vamos, todavía se me humedecen los ojos. L
Hendelie escribe muy bien. Te sumerge en la narración y te abraza con ella sin ahogarte en prosa farragosa ni vocabulario rimbombante.

Decir que esta novela es homoerótica es quedarse corto, muy corto. Hablar de una historia de amor es... tan mínimo. Es como coger el Señor de Los Anillos y decir que es el viaje de unos amigos. Sí, lo es, pero si dijeras eso te perderías toda la "epicidad" que conlleva porque es eso, es épica. Es una magnífica novela de fantasía épica digna de ser considerada entre las mejores de cualquier género.

Así que si no la habéis leído, ya estáis tardando.

También tengo que decir que la portada es preciosa y elegante. Me encanta la sobriedad de su diseño. Y una vez la has leído aprecias toda la simbología que tiene.
Además, incluye un completo apéndice sobre los diferentes reinos e ilustraciones, preciosas ilustraciones.
Podéis encontrarla en Amazon, Google Play o payhip desde la web de Third Kind.

Y ahora os dejo con el Booktrailer (aunque a Driadan me lo imagino más guapo :P y me he quedado con las ganas de una ilustración de Driadan madurito ;) )



Se viste la noche de estrellas
se ciñe su capa la pálida luna,
tumbada en su cuna,
se mira en la nieve como en un espejo
se peina de lejos
y el viento nos canta al oído en silencio.
Duerme, tranquilo y sereno,
duerme en mis brazos hasta el amanecer

El búho, despierto, aletea
que no te importune su lánguido canto
no te invite al llanto
ni el zorro te asuste con su larga cola
ni el mar con sus olas
Duerme, tranquilo y sereno
mi niño que sueña en su sueño crecer,
duerme en mis brazos hasta el amanecer

La noche se viste de estrellas,
la escarcha engalana para ti la ventana
la nieve te canta
canciones de cuna que se han olvidado
y estoy a tu lado
velando tu sueño
duerme, tranquilo y sereno,
duerme en mis brazos hasta el amanecer.

Canción de cuna extraída de Fuego y Acero de Hendelie