miércoles, 19 de febrero de 2014

Una de Fanfics

Cuestión de Confianza

Esta historia transcurre sobre el episodio 2-3 de la tercera temporada (lo digo de memoria, no me lo tengáis en cuenta si me equivoco mucho). Isaac acaba de regresar a casa de Derek tras escapar por los pelos de los gemelos Alfa. Está recién recuperado de sus heridas y todavía está débil.

I parte: Instinto

Los gritos resonaron por el loft, amplificados por la acústica del diseño industrial, rompiendo la quietud de la noche. Derek se incorporó sobresaltado y salió de la cama. Un breve vistazo a la alarma le indicó que no había intrusos. Tampoco había más gritos.
Suponía cuál era su origen y eso, lejos de tranquilizarle, ahondó en su preocupación. Dudó un momento antes de abrir la puerta del dormitorio de invitados.
—¿Isaac? —llamó en un susurro. Sus ojos rojos brillaron en la oscuridad y le mostraron la silueta del joven, agazapado en la cama, temblando como una hoja de álamo—. Isaac... ¿estás bien?
—S-sí —dijo el joven con voz trémula. En un gesto rápido, se secó las lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano—. Siento haberte despertado. Esto es... muy embarazoso, perdona.
—¿Pesadillas? —preguntó aunque ya sabía la respuesta. Isaac asintió con la cabeza desviando la mirada—. ¿Nuevas o viejas?
Cuando el joven llegó a la manada, al poco de transformarse, sufría fuertes pesadillas y cada noche se despertaba preso de violentos temblores en un mar de sudor frío. Al pensar en todo lo que había pasado ese chico, Derek se sorprendía de que estuviera tan cuerdo.
—¿Eso importa? —contestó Isaac con una mueca torcida. Derek se cruzó de brazos, apoyado en el quicio de la puerta. Isaac le miró y forzó una sonrisa—. No lo sé —confesó finalmente—, no recuerdo nada.
Isaac se rascó la cabeza y salió de la cama, la luna iluminó su silueta y tiñó su piel de un resplandor azulado. Las gotas de sudor le confirieron un brillo perlado. Derek desvió la mirada, antes de que la incómoda sensación que le embargaba cada vez que veía ese cuerpo bien cincelado se hiciera demasiado patente. A veces era difícil disimular, otras veces... ni siquiera sabía si quería hacerlo.
Esa era una de esas veces.
No se movió cuando Isaac se acercó a la puerta, todavía parecía inquieto y se le veía abochornado, probablemente avergonzado por la escenita que acababa de protagonizar, como si algo de lo que hubiera pasado fuera culpa suya.
—Estoy bien, de verdad —insistió pero su voz temblaba—. Solo necesito un vaso de agua. No es la primera vez, ya lo sabes.
Derek asintió y alzó la vista lentamente, deteniéndose en su boca. Sus labios, entreabiertos, dejaban escapar su respiración irregular, que todavía acusaba los efectos del miedo.
—Pero es la primera vez que gritas —dijo, mirándole  a los ojos.
Isaac se encogió de hombros y desvió la mirada.
—Siento haberte despertado —dijo, escuetamente, e hizo además de abandonar el dormitorio. Derek se lo impidió sujetándole del brazo y con un gesto suave, pero firme, le obligó a encararle.
—Cuando alguien grita suele ser porque necesita ayuda —susurró Derek—. Es mi deber cuidar de la manada; cuidar de ti.
—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Isaac—. ¿Cómo se puede luchar contra las pesadillas? ¿Dormirás conmigo para que no tenga miedo? —bromeó con una sonrisa torcida—. Mira, agradezco la intención pero no hay nada que puedas hacer. Se me pasará, ya lo verás, siempre se me pasa.
Hizo ademán de seguir su camino pero Derek no le dejó. En vez de eso, tiró de él y le llevó hacia la cama. «¿Qué estás haciendo?», se preguntó
—Acuéstate —le ordenó empujándole hacia el lecho.
Isaac rebotó contra la blanda superficie y le contempló estupefacto. Derek se tomó un momento para estudiarle, para replantearse lo que iba a hacer. Sus ojos brillaban, incluso en la oscuridad, podía distinguir el azul intenso de su mirada. El joven se apartó a un lado cuando se metió en la cama con él.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Isaac sin comprender.
—¿Tú qué crees? —gruñó Derek mientras se acomodaba y se hacía un hueco a su lado—. ¿Quieres dormirte de una vez?
—¿Dormir? —repitió el joven—. ¡Solo era una forma de hablar!
—Calla y duérmete —ordenó con sequedad dándole la espalda.
Tenía que darle la espalda, tenía que hacerlo. Cerró los ojos e intentó apartar de su mente la idea que, a escasos centímetros, tan cerca que podía notar su calor, había un cuerpo semidesnudo que despertaba su parte animal como ni siquiera la luna llena hacía ya.
Suspiró aliviado cuando sintió que Isaac se tumbaba y se abrigaba con el edredón. Ahora solo necesitaba dormirse y dejar que pasara la noche. Solo eso.
*
Isaac intentó controlar la respiración para no delatar que estaba despierto. Su corazón latía tan fuerte que le parecía imposible conciliar el sueño con semejante estruendo. Si Derek había pensado que su comportamiento paternal iba a evitar que tuviera pesadillas... estaba en lo cierto. Isaac estaba demasiado nervioso para pensar en dormirse. Giró la cabeza con cuidado y tragó saliva al distinguir la amplia espalda de su alfa a escasos centímetros de él.
En la penumbra de la habitación, apenas podía distinguir la marca del tatuaje que conocía tan bien. Un trisquel, un símbolo celta de la dinámica del universo para unos y de la naturaleza cambiante de la manada para otros. Alzó la mano y, sin llegar a tocarle, siguió las líneas de tinta y sonrió.
Había algo tranquilizador en su presencia. Sí, estaba nervioso y confundido. Sí, su corazón latía con tanta fuerza que amenazaba con romper sus costillas y salir reventando su caja torácica. Y, sin embargo, sentía que nada malo podía pasar si él estaba cerca.
«Deben ser chorradas esas de hombres lobos», se dijo para intentar explicar la extraña amalgama de sentimientos que nacían dentro de él. «Él es mi alfa así que yo soy su... su... proyecto de caridad». Ese pensamiento le produjo un sabor amargo y el dolor sordo de las heridas que se resistían a cerrarse. Bajó la mano y se giró, dándole la espalda. Notaba un nudo en la garganta, una dolorosa pelota de culpa, autocompasión y vergüenza que se negaba a ser tragada. Apretó los ojos con fuerza y se encogió sobre sí mismo.
—Isaac —le llamó Derek en voz baja—, ¿estás bien?
Isaac no contestó, apretó los puños y asintió con la cabeza. Dio un respingo al notar como un brazo fuerte pasaba sobre su cuerpo y se agarraba a su cintura.
—¿Te molesta? —dijo el alfa, tan cerca de su oído que su aliento le acarició la piel.
 Isaac negó con la cabeza. Su respiración se volvió superficial, cerró los ojos y echó el cuerpo hacia atrás, no más de un par de centímetros, lo justo para que su espalda chocara contra el pecho del licántropo. Un jadeo involuntario se escapó de sus labios al notar su calor y la amenazadora presencia de un miembro endurecido contra su muslo. El sentido común le decía que se apartara, que volviera a su lado de la cama y que actuara como si no hubiera notado nada. Era la forma lógica de actuar... pero algo dentro de él desafiaba a la lógica cuando, lejos de separarse, movió su cadera en un gesto que era mucho más que una simple invitación.
Notó de nuevo el aliento en su oreja pero esta vez no hubo palabras, esta vez fueron unos labios húmedos los que dibujaron la curva de su cuello. Isaac echó la cabeza hacia atrás y se acercó más aún, reduciendo la distancia a la mínima expresión. Le gustaba notar la aspereza de su barba sobre la piel, la tensa presión sobre la cintura, tan cerca y demasiado lejos al mismo tiempo. Con una osadía que le sorprendió a sí mismo, llevó su mano hasta la del licántropo y la empujó hacia abajo con sutil insistencia, hacia donde su cuerpo reclamaba atención.
—Isaac —jadeó Derek contra su oído—. ¿Qué estás haciendo?
—No sé... —confesó sin por ello modificar su postura—. ¿Dormir?
Derek ahogó una carcajada contra su piel y, con un gesto rápido, escurrió la mano dentro de sus calzoncillos y se aferró a su miembro. Isaac no se molestó en disimular sus jadeos al notar la fuerte presa trabajarle la entrepierna.
—¿Qu-qué haces tú? —preguntó con la voz entrecortada.
—Dormir —replicó Derek sin un atisbo de duda.
Entonces, sin previo aviso, se incorporó de golpe y retiró el edredón con un gesto brusco. Isaac abrió los ojos, sorprendido y, para qué negarlo, un poco asustado. Había algo animal en la manera en la que Derek le estaba mirando, en la forma en la buscaba su aroma en la piel... Supo que así debía de sentirse el ciervo cuando el lobo de devolvía la mirada. Pero él no era un ciervo, no. Puede que no fuera el lobo más fuerte pero no él era presa de nadie.
Los ojos del alfa brillaban en la oscuridad, dos faros rojos de deseo y hambre. A la luz de la luna pudo ver que también habían aparecido los colmillos. No le importó. Si iba a ser su presa, no se lo pondría fácil. Isaac se incorporó y buscó su boca, pero Derek le empujó de nuevo contra el colchón y cuando hizo ademán de volver a levantarse, una garra mucho más fuerte que él le mantuvo inmovilizado.
—¡Tú mandas! —exclamó, desesperado, cuando el último intento de robar un beso terminó igual que los anteriores—. A tú manera, Derek.
—No hay otra manera —replicó este con un gruñido, casi un rugido—. Nada de besos —dijo mientras le quitaba los calzoncillos y los arrojaba al suelo—. Nada de abrazos. No somos amantes. —En esta ocasión fueron los calzoncillos de Derek los que desaparecieron.
Isaac tragó saliva al verle desnudo. Derek se colocó entre sus piernas y se tomó su tiempo en estudiarle. Había algo muy perturbador en la forma en la que le miraba sin verle realmente. No pudo evitar temblar cuando una garra se deslizó por su pecho.
—Entonces... ¿qué somos? —se atrevió a preguntar.
—Lobos —contestó Derek—. Yo soy el alfa, yo cuido de ti —dijo con frialdad—. Y tú... —Las garras se aferraron a sus nalgas y las alzaron. Isaac se mordió el labio y aguantó la respiración anticipando lo que iba a pasar— me perteneces.
Se había preparado pero aun así el dolor de la violenta intrusión le partió por la mitad, sin embargo no gritó. Apretó los dientes y resopló, intentando contener la transformación.
 Pero una parte de él no quería controlarse, quería dejarse llevar, dejar suelto al animal. Quizá fuera esa misma parte la que hizo que sonriera desafiante; la que hizo que alzara las caderas para recibir una nueva acometida, más profunda que la anterior; la que hizo que clavara las garras en el cabecero de la cama buscando un punto de apoyo. Sí, debía ser su parte animal la que se rio, divertida y excitada, cuando la madera crujió y amenazó con partirse.
«Me perteneces», había dicho Derek. Esa realidad le enfurecía, como le enfurecía la desesperada necesidad que tenía de él, de tenerle cerca. La frontera entre el placer y el dolor estaba más difuminada que nunca. Confusa, variable... había llegado al punto en que era completamente incapaz de saber por qué gemía.
Podía notar su enorme polla latiendo dentro de él, moviéndose, abriéndose camino, llegando cada vez más lejos. Se suponía que no debía disfrutar con eso, se suponía que debía sentirse humillado, sometido... ¡A la mierda! Si eso era sumisión sería la más fiel mascotas. Isaac rugió y arqueó su cuerpo, moviéndose al compás de las acometidas, siguiendo el reclamo de un placer que parecía muy cercano e inalcanzable al mismo tiempo.
Se incorporó, asiéndose al cabecero y se encontró a dos dedos del rostro de Derek. Sus ojos brillaban de un rojo cegador empañado por el deseo. En su boca, entreabierta, asomaban los colmillos y el aire se escapaba con un silbido agónico. Una pátina de sudor cubría su frente. Isaac le contempló, arrinconó a la bestia para disfrutar de ese momento, el momento en el que Derek, su alfa, luchaba como no había tenido que hacer nunca para mantener su humanidad, para no ceder a sus instintos. Eso le brindó una pequeña satisfacción que saboreó con el placer de una gran victoria. Se soltó de su apoyo y se colgó del cuello de Derek. Antes de que él pudiera impedirlo de nuevo le besó. Unió sus labios con los suyos e introdujo la lengua en su boca a la caza frenética de ese aliento robado.
Derek intentó liberarse girando la cabeza pero Isaac no se lo permitió. Le tenía agarrado con ambas manos, si Derek quería librarse de él tendría que soltar su presa. Un gruñido murió en su boca y Isaac aulló de dolor y placer cuando una nueva acometida, más fuerte que las anteriores, le empotró contra el cabecero de la cama. La madera se partió con un crujido seco pero Isaac no se soltó. Un nuevo golpe acabó destrozando la cama y amenazó con destrozarlo a él, pero no le importaba.
Todas las fibras de su cuerpo le decían que ya estaba allí. Estaba tan cerca que casi podía tocarlo.
Una nueva acometida. Un nuevo golpe. Y todo estalló en una vorágine de energía y placer que recorrió su cuerpo con la intensidad de una descarga eléctrica.
Apenas fue un segundo pero mientras duró, rozó el cielo con los dedos.
Tras eso fue como si la oscuridad se acentuase. Todavía podía sentirle dentro de él, latiendo. Una mancha cálida y viscosa se extendía sobre su vientre, única evidencia de lo que acababa de sentir.
Tragó saliva y alzó el rostro, se encontró con los ojos de Derek. Sus ojos azules, sus ojos humanos. Volvía a ser Derek, y él seguía siendo Isaac, demasiado confundido para moverse, demasiado a gusto para hacerlo. Derek se giró y se echó a un lado, saliendo de su interior con bastante suavidad.
Isaac jadeó e intentó recuperar la respiración. ¿Qué coño acababa de pasar?
—¿Estás bien? —le preguntó Derek, y en su voz le pareció detectar un leve matiz de preocupación.
Isaac asintió en silencio, sin dejar de mirar el techo. ¿Estaba bien? Esa era una buena pregunta. Le dolía todo el cuerpo, podía sentir el molesto cosquilleo de las heridas al cicatrizar y, sin embargo, no podía borrar una sonrisa tonta.
¿Estaba bien? Sí, por qué no iba a estarlo.  Estaba mejor que nunca.